viernes, junio 20, 2008

Crítica de Lawrece Downes



"Estímulo sublime", técnica: fotografía digital, dimensiones: 0.65 x 0.95 m., año: 2004



La obra fotográfica
de Luis Fernando Ceballos

Tal como pusieron en claro las obras de varios artistas emergentes que participaron tanto en la Bienal del Whitney de 2004 como en la recién renovada “Open House” del Museo de Brooklyn, algunas de las propuestas más interesantes del arte contemporáneo están teniendo lugar en el terreno donde confluyen la fotografía y la tecnología digital. Y, con mucho, uno de los usos más imaginativos de este nuevo medio puede apreciarse en la producción del artista mexicano Luis Fernando Ceballos, quien ha realizado numerosas exposiciones en Estados Unidos y en Europa, y cuya exhibición individual más reciente, intitulada “Unreal Encounters”, fue albergada por la galería neoyorquina Jadite.

Nacido en Uruapan, Michoacán, México, en 1953, Ceballos fue honrado con el Premio Lorenzo el Magnífico, en la disciplina de fotografía, de la Bienal Internacional del Arte Contemporáneo de Florencia, Italia, en 2003. Este prestigioso galardón es sólo una de las muchas distinciones que ha obtenido el innovador artista a lo largo de su trayectoria expositiva, la cual se inició a mediados de la década de los setenta y se ha mantenido hasta la fecha con poderoso impulso.

La muestra realizada en Jadite Galleries, reconocida institución que ha presentado a muchos de los mejores creadores de España y Latinoamérica en el escenario de las artes de Nueva York, mostró a Ceballos en el punto culminante o de madurez de sus capacidades.

En sus fotografías, a menudo de gran formato, explora diversos aspectos culturales, filtrados a través de una sensibilidad profundamente influida por el surrealismo. De acuerdo con Teresa del Conde, quien dirigió el Museo de Arte Moderno de la ciudad de México, André Breton, el “sumo sacerdote” del movimiento, descubrió que México era un “país surrelista por excelencia”, tras visitarlo en 1938. Después de todo, tal como Del Conde puntualiza, “una serie de elementos fantásticos han formado parte integral del repertorio visual de los artistas y artesanos mexicanos durante más de mil años”. La también crítica de arte atribuye la habilidad de éstos para “iluminar sutilmente aspectos ocultos o inesperados de la vida cotidiana” al “culto perpetuo a la muerte” prevaleciente en esa nación, así como al original modo en que el pueblo mexicano se las ha ingeniado para sincretizar el politeísmo precolombino con el catolicismo.

Ceballos continúa y expande dicha tradición, si bien desde una perspectiva radicalmente nueva, empleando la vanguardista tecnología de la fotografía digital, a fin de crear complejas composiciones donde la imaginería fantástica y la viveza del color conllevan un sentido de lo sobrenatural, de lo inefable.

Sus obras son extravagancias barrocas que incorporan máscaras, calaveras, personajes de extraños atavíos, estructuras arquitectónicas y elementos paisajísticos. Estos componentes disímbolos se fusionan para dar paso a un resultado casi psicodélico, intensificado por la audacia colorística de Ceballos. Tonalidades radiantes y hasta iridiscentes alumbran sus trabajos, dotando a los celajes, en particular, de una luminosidad dramática que comunica a sus imágenes una cualidad no terrenal y una fuerza visionaria, las cuales son absolutamente únicas.

Al emplear lo que es en esencia la técnica del collage, aunque carente de sus características superposiciones en virtud de la manipulación digital, Ceballos logra una fluidez pictórica que le permite evocar estremecedoras atmósferas a la manera de El Bosco. Este efecto es especialmente intenso en Al filo de los tiempos, díptico fotográfico premiado en la bienal florentina, donde nubes tormentosas, que se acumulan en un fulgurante cielo rojizo, y figuras portadoras de máscaras con muecas bizarras, que se congregan en un sombrío terreno montañoso, enmarcan al personaje principal, a saber, un infante crucificado. Colgando de una tosca cruz que ostenta la familiar inscripción de “INRI”, el Cristo Niño representa una impresionante atrocidad, una visión de sufriente inocencia, que imbuye de un poder peculiar a toda la imagen.

Menos desconsoladora pero igualmente inquietante es la obra que Ceballos intitula La reunión, donde la disposición formal y frontal de los tres enmascarados sentados recuerda las versiones grotescas que José Luis Cuevas, el gran artista gráfico mexicano, hizo de ciertos personajes de las pinturas cortesanas de Goya. Sin embargo, Ceballos ubica estas figuras (una suerte de hechicero flanqueado por dos acompañantes que lucen vestimentas peculiares) dentro de un cuadrado flotante en un espacio púrpura, preñado de sinuosas ramas serpentinas e iluminado por un estilizado sol resplandeciente. Así, el efecto conseguido es de naturaleza mucho más surrealista que cualesquiera de los alcanzados por Goya o Cuevas.

Del mismo modo, una maraña de ramas, motivo frecuente en el lenguaje visual de Ceballos, destacan en Discernimiento, elevándose como imponentes antenas por encima de la gran máscara predominante en la composición. Existe aquí la sugerencia de un ritual chamánico, pero la imaginería presente en todas las fotografías de Ceballos está abierta a una amplia gama de interpretaciones.

De hecho, es precisamente la cualidad subjetiva de sus imágenes lo que las vuelve tan misteriosas y seductoras, como puede constatarse también en Testigo silencioso, donde otra figura enmascarada con indumentaria campesina parece emerger de un mar de ornamentadas vasijas de barro, teniendo como fondo la majestuosa arcada de un edificio eclesiástico.

¿Está aludiendo el artista a la convergencia antes mencionada de politeísmo precolombino y catolicismo? ¿O está refiriendo la utilización de máscaras por parte de Picasso en su obra maestra Les demoiselles d’Avignon? ¿O, acaso, nos está invitando a que extraigamos nuestros propios significados personales de este intrigante trabajo? En realidad, las respuestas a tales preguntas resultan por completo debatibles, porque es innegable el contundente poder de la imagen; ésta conmueve tanto al espectador, que no se requieren explicaciones racionales. Tal como sucede con el conjunto de las obras de Ceballos, la imagen se comunica con nosotros en el plano del inconsciente: todos nos hemos topado con seres y escenarios similares en nuestros sueños y pesadillas.

Con todo, las figuras fantasmagóricas no aparecen en la totalidad de las composiciones de Ceballos. El artista es capaz de transmitir este sentido de misterio incluso en fotografías pertenecientes al campo de la paisajística. Un ejemplo de ello es Nocturno, donde las torres y agujas de una catedral gótica trepan hacia el firmamento nocturno, el cual es animado por la veloz irrupción de un cometa. Aquí, también, una azucena atigrada y otras deslumbrantes formas florales flotan con ingravidez, realzando la atmósfera mágica.

En éstas y otras fotografías digitales de Ceballos, quien estudió en el taller del maestro mexicano Alfredo Zalce, así como en la Escuela Nacional de Pintura y Escultura La Esmeralda, de la ciudad de México, el artista se revela, en términos de imágenes, como un verdadero chamán, al nivel del Don Juan de Carlos Castaneda. Y el hecho de que combine tales poderes inmemoriales con una sensibilidad estética sofisticada y contemporánea, intensificada a través de la tecnología moderna, hace mucho más fascinante su obra artística.



Lawrence Downes
Crítico de arte
Nueva York, septiembre de 2004

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